La Garganta de Dunloe

En el condado de Kerry, justo al borde del Parque Nacional de Killarney, una carretera estrecha atraviesa el desfiladero que separa las Montañas Púrpura y la sierra de los Macgillycuddy (donde se encuentran los picos más altos de Irlanda). Este paso, paraíso de senderistas, montañeros, ciclistas y jinetes, es conocido como la Garganta de Dunloe y es una visita obligada para todos los amantes de la naturaleza o, simplemente, para aquellos que deseen perderse en un auténtico remanso de paz.
La vía no está abierta al tráfico a no ser que se disponga de un permiso especial y por tanto, la gran mayoría de los visitantes dejan su vehículo en el parking acondicionado para ello, justo al lado de la antigua casa de Kate Kearney, antigua campesina del siglo XIX que, en los años de la gran hambruna, regentaba en esta zona una taberna ilegal donde servía su famoso poitín¹.
Una vez se empieza a ascender por la pista y desechada la idea de aventurarse por los senderos secundarios que enlazan distintos puntos de la cañada, no faltarán lugareños que te ofrezcan el alquiler de un pony, un caballo, o un paseo de ida y vuelta en alguna de las tradicionales carretas; sin embargo, ir a pie es una idea de lo más recomendable para gozar de un recorrido que no requiere nada de prisas.
El camino va serpenteando y siguiendo el curso del delgaducho río Loe que, como si de una aguja de coser se tratara, va uniendo pequeñas lagunas y lagos, algunos insignificantes y otros de belleza sublime como el Lago Negro, punto en el que la mayoría de los excursionistas, tras formular sus plegarias en el Puente de los Deseos, decide darse la vuelta para no tener que enfrentarse al desafío de unas curvas con una inclinación desmoralizadora. Para los pocos que optan por continuar, la recompensa está asegurada pues la garganta se deshace del bullicio turístico para convertirse en un trayecto plácido solo interrumpido por el traqueteo ocasional de los carromatos o los gritos que los cocheros dirigen hacia las paredes rocosas para mostrar a sus viajeros el peculiar matiz que tiene el eco en este lugar.



Diferencias del paisaje a final del invierno y durante el verano




A ambos lados de la calzada, es común encontrarse con riachuelos que recogen el agua que desciende a trompicones de las laderas, a veces formando caídas y saltos imponentes que fragmentan por numerosos puntos las líneas horizontales de los riscos, huellas gastadas del paso de los glaciares en otro tiempo. Estos diminutos afluentes del río Loe congregan al ganado de los alrededores y, a veces también, atraen a algún dolorido caminante que calma el dolor de sus pies agotados al fresco de la corriente.
No se tardan más de dos horas en alcanzar el final de la garganta, muy lejos ya del recodo donde las carretas dan la vuelta y tras dejar por el camino algunas fincas abandonadas y antiguas viviendas de paredes de piedra que ahora sirven de morada a árboles y matorrales. Desde el lugar donde la travesía finaliza y si el clima acompaña, se puede distinguir en la distancia la garganta de Moll que destaca sobre otros cerros lejanos y que parece tentarte a prolongar la jornada de caminata. Sin embargo, lo más sensato es no caer en la trampa y tumbarse en el colchón verdoso y saborear el panorama mientras te repones con un tentempié. Y quizás, con suerte, y antes de que emprendas el camino de regreso, tendrás la oportunidad de disfrutar de un retrato que más pareciera una imagen del pasado, la de un pastor que, con paciencia, y tan sólo con la ayuda de sus dos perros a los que vocifera en gaélico, va juntando una multitud de ovejas dispersas hasta formar dos rebaños distintos situados en ambas vertientes del desfiladero. Y, tal vez, al cabo de un rato no muy largo, verás como los dos grupos por arte de magia se convierten en uno sólo que se dirige a donde te encuentras y pasa a tu lado en un silencio sepulcral hasta que lo pierdes de vista al otro lado del puerto. Y todo vuelve a la quietud del principio, mientras te preguntas si algún día tu mismo emprenderás esa ruta, la que siguieron el pastor y sus ovejas que desaparecieron carretera abajo, rumbo al misterioso y casi desconocido Valle Negro².

“…Sobre las colinas y en la lejanía,
él jura que regresará algún día.
Lejos de las montañas y de los mares,
de vuelta en sus brazos él estará.
Sobre las colinas y en la lejanía…”

Over the hills and far away – Gary Moore