Accidentes domésticos

“…Ocho de la mañana de un día cualquiera, te levantas de la cama, te calzas las cholas y con los párpados aún pegados vas a tientas hasta el baño, donde buscas con ansia el asiento insigne, el agujero mágico, la poltrona divina. Ya has llegado, te acomodas, te relajas, se abren todos tus chakras. Se puede parar el mundo que nadie te va a arrancar de tu posición; es tu dominio, tu feudo, tu trono, disfrútalo. Bien, has terminado, ya puedes respirar hondo (bueno, mejor no lo hagas), abres primero el ventanuco, echas un poco de ambientador porque tu sentidos se empiezan a despertar, tiras de las cisterna, te lavas las manos y sales disparado con dirección a la cocina para prepararte un café. Abres el armario para sacar un tazón limpio y súbitamente te frenas y tragas saliva, algo no va bien…a tus oídos no ha llegado el sonido tranquilizador que hace el agua al succionar la cena de la noche previa. Ralentizas tus movimientos y prestas más atención, pero no, no hay ruido. Vuelves sobre tus pasos, te metes en el baño y levantas la tapa y ¡Zas!...Tus peores presagios te golpean de lleno en la cara. La vuelves a cerrar rápidamente y te sientas encima con impotencia. Tal vez sólo es cuestión de tiempo…Vuelves a abrir la tapa y compruebas la ausencia de burbujas (mala señal, no hay movimiento). Te entra el sudor frío,…creo que no vas a necesitar ese café…”
Sí, eso fue exactamente lo que ocurrió hace unas cuantas semanas y aunque a todo el mundo le ha pasado al menos una vez en la vida, es diferente cuando estás viviendo de alquiler y aún no conoces bien la casa. Además, este aseo, tiene características diferentes a las que yo estoy acostumbrado, como un pequeño motor eléctrico que empuja los vertidos en contra de la gravedad (porque el baño está situado por debajo de la tubería de desagüe) y además, el ingenio, también dispone de unas cuchillas que destruyen los restos de papel higiénico.
Keith no estaba en la casa esa mañana, lo que me daba cierta ventaja para intentar arreglar el desaguisado yo sólo, así que puse manos a la obra con toda la ilusión del mundo pero, después de aproximadamente una hora y tras abandonar la búsqueda infructuosa de una ventosa, tuve que afrontar la situación de una forma más pragmática: guantes, maceta desechable (recipiente 1, menor capacidad), cubo viejo (recipiente 2, mayor capacidad). El procedimiento es sencillo y consiste en pasar los fluidos con la ayuda del recipiente 1 hasta el 2, para luego deshacerte de ellos en el lugar más remoto que encuentres, o en otro baño. Durante el ejercicio de esta práctica, verifiqué, in situ, la asombrosa capacidad que tienen los pulmones de aguantar la respiración en situaciones extremas. Una vez finalizado y después de eliminar las pruebas de mayor magnitud, probé suerte a tirar de la cadena de nuevo, con un resultado igual de negativo y con el agravante de que el motorcito empezó a hacer un sonido como el de un antiguo walkman cuando se le gastan las pilas. Me di por vencido y esperé a que el señor K llegase…y yo lo recibiese con un….”tengo malas noticias”.
Sin entrar en detalles escatológicos, sólo voy a mencionar que hubo que desmontar el motor y una especie de contenedor adyacente y nos llevó más de una hora arreglar todo el asunto.
Moraleja: No uses toallitas húmedas en los aseos de casas de campo irlandesas si estos tienen un motor auxiliar, porque las cuchillas no las destruyen y estas se terminan por acumular y acumular haciendo una pelota compacta por la que no pasa ni la punta de un alfiler y desencadenando un resultado de dimensiones catastróficas.

El segundo de los accidentes, que además me ocurrió tan sólo un par de días más tarde, fue también bastante desafortunado, aunque tengo que decir en mi defensa que, esta vez, la culpa no fue mía.
Estaba en la cocina cocinando un ‘Pollo a la sidra’ y aunque es una receta más bien fácil, yo soy bastante lento y tardo más de una hora y media en prepararlo. Todo iba bien hasta que comprobé que no disponía de un caldero adecuado (todos eran demasiado pequeños), así que, como no, fui a pedirle uno prestado a mister K y él me ofreció una cacerola de barro. El tamaño era adecuado, pero yo le hice ver que el material no me ofrecía las suficientes garantías, a lo que él respondió con una carcajada…”no te preocupes…lo he usado en los fogones un montón de veces”.
Bien, una media hora más tarde, la cocción estaba a punto de acabar y yo me alejé un momento de la cocina para deshacerme de los restos orgánicos.
Cuando regresé me encontré a Keith con los ojos desorbitados….”¿No oíste eso?”...me dijo, “¿a qué te refieres?”….”¿No oíste el BANG?”….”Pues no”. Entramos los dos en mi cocina y todo estaba en orden, el caldero en su sitio y desprendiendo un suculento aroma…Así que apagué el fuego y levanté el recipiente para remover los deliciosos taquitos de pollo y…
¿?..me quedé con la mitad del caldero en las manos mientras el fondo del mismo se quedó pegado a la vitrocerámica y el pollo se desparramaba por doquier.
Resultado final: un caldero de barro dividido en dos en la basura, una hora de raspado de la placa y azulejos, y una pizza para cenar…
Moraleja: La sidra rompe los calderos de barro, mejor usa Appletiser

“…Quizás un gran imán atrae a todas las almas hacia la verdad,
o tal vez sea la vida misma la que alimenta de sabiduría a su juventud.
Deseo constante, siempre ha sido deseo…”

Constant craving – K.D. Lang