Un día aciago -o no-

Bandon es un pueblo del que ya se ha comentando aquí en alguna ocasión por sus peculiaridades automovilísticas (la circunvalación que te evita cruzar el casco histórico pero que te hace perder el doble de tiempo, el carril de vehículos pesados en una cuesta abajo, etc.). Además por si fuera poco, la zona está ligada a la familia Ford y fue aquí, en Cork, donde decidieron abrir su primera fábrica fuera de EEUU. La casualidad hizo que yo me comprara un Ford Fiesta de segunda mano cuando llegué aquí a Irlanda y desde entonces y de forma inexplicable, el azar, la chiripa (de la mala) o las serendipias han decidido que esa localidad y mi coche sean incompatibles y es que cada vez que voy: o me pierdo, o me encuentro las calles cortadas cuando tengo prisa, o me para la policía, o hago brincar al coche en un bache-escalón para abollar una llanta...

Es una localidad que tengo que atravesar para ir a Cork, por lo tanto, inevitable, eso no quita que siempre que me acerque se me haga un nudo en la garganta, me da un poco de mala espina, la verdad y por esa razón nunca me he atrevido a explorarla.

Hace pocos días, decidí que de una vez por todas iba a saldar esa deuda histórica que tengo con Bandon, así que hasta allí me dirigí, pertrechado con mi cámara de fotos y dispuesto a inmortalizar las virtudes del pueblo. Bueno, esa era mi intención, porque a tan sólo 7-8 kms. de mi destino, se encendió una luz en el salpicadero del Ford, un piloto naranja brillante, un aviso que parecía bastante obvio.

Sobra decir que empecé con mis elucubraciones particulares y a jurar en arameo por mi mala suerte, de todas formas, y como no había notado ningún ruido de motor raro ni nada por el estilo, opté por continuar hasta Bandon y allí tomar una decisión.

Aparqué el coche a la entrada, saqué el manual de instrucciones y, justo lo que imaginaba, el piloto del funcionamiento del motor. Lo primero que me vino a la mente fue el dineral de perras que seguro que tendría que gastar por vete a saber qué se habría roto, aunque por otra parte tenía la conciencia tranquila porque le había cambiado el aceite y las bujías la semana anterior.

Ya que estaba allí, me fui a dar un pequeño paseo albergando la esperanza infantil de que tal vez al cabo de un rato la luz desapareciese cuando volviera a ponerlo en marcha. No disfruté mi visita para nada, me sentía demasiado intranquilo, aún así tomé un par de fotos, pero nada relevante.

Aquí va una: 

En las inundaciones del pasado otoño el agua llegó al nivel al que está el puente. Por lo pronto, el verano está siendo más bien seco, así que de momento estamos lejos de que el río Bandon se vuelva a desbordar.

 

Al volver y arrancar el motor, la maldita luz seguía encendida, así que lo mejor era regresar y cruzar los dedos de que el coche no me dejase tirado en alguno de los casi 50 kms. de distancia de la vuelta.

Por suerte, llegué al taller sin más contratiempo y el mecánico hizo una rápida evaluación con un instrumento digital (hay que ver lo que ha evolucionado la mecánica hoy en día) y me dijo que no había problema ninguno, que el piloto se había encendido por no se qué de la mezcla demasiado rica  de oxígeno en la gasolina (a lo mejor fue cosa de la araña), y lo mejor de todo, que no le debía un duro.

A todas estas, ya era pasado el mediodía y no me apetecía acercarme de nuevo a Bandon así que el plan B, diseñado al instante, consistía en ir a una de las playas cercanas a Clonakilty, darme un paseo y tomar otro par de fotos.

Allí que fui y ya de otro humor, bajé la ristra de escalones que llevan a la arena y me puse andar por la orilla. A los 20 minutos más o menos fui a sacar la cámara del bolsillo y me percaté de que no llevaba el móvil. Otra vez los sudores fríos porque estaba seguro de que lo tenía conmigo. A ver  donde demonios se me habrá caído, pensé.

Pues nada, a desandar lo andado mirando para el suelo hasta llegar al coche. Abro la puerta, busco en la guantera, debajo de los sillones, por todos los lados, miro por fuera…y ¡sorpresa! el móvil estaba debajo del coche, cerca de una de las ruedas, intacto. ¿Cómo llegó allí? Pues seguro que cuando me cambié el pantalón largo por el corto, sentado en el sillón pero con la puerta abierta, en un descuido se caería del bolsillo.

¡Vaya respiro!, pero de la ansiedad se me quitaron las ganas de volver a la playa, aunque me asomé al mirador y saqué esta foto.

 

 

Playa de Inchydoney (Clonakilty)

 

 

Ya de vuelta a casa pensé que una buena forma de matar el día era parar en el pueblecito de Rosscarbery y visitar los monumentos megalíticos que hay por los alrededores.

Hacía tiempo que me había interesado en un mapa ubicado en el centro del pueblo que marcaba una serie de menhires y dólmenes de los que no hay mucha información en internet y que tampoco aparecen  en ninguno de mis libros.

Como el plano era un poco confuso, tomé una foto y con ella me dirigía a buscar los 8 puntos marcados con restos de ruinas prehistóricas.

Ya sé que puede sonar a broma, pero después de dos dichosas horas dando vueltas con el coche, caminando y husmeando por las zonas en las que yo creía que habría algo…no encontré ni uno, nada, cero.

Le puedo echar la culpa al mapa que es impreciso, o bien, a que desde luego no era mi día,…pero carajo, no hallar ni uno sólo de los 8 lugares es más que frustrante, una derrota en toda regla. Un fin de fiesta bastante triste para un día más que raro.

Pero les hago saber algo importante,  se ha perdido una batalla, pero no la guerra. Esto me lo voy a tomar como algo personal…Tengo dos deudas pendientes, una que puede esperar ‘Bandon’ y otra más urgente, ‘los megalitos de Rosscarbery’, …A Dagda pongo por testigo, que aunque se me descuajeringue el coche y los granjeros me aporreen a palos, pienso volver, encontrar las puñeteras piedras y traerme una foto de recuerdo. ¡Y cómo que me llamo O’Gils que ustedes las van a ver!

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Termino con unas notas de color sobre Rosscarbery (un villorrio ninguneado en las guías, pero que a mí me parece de lo más coqueto de West Cork)

 

 

 

La tienda de Fish & Chips donde algunos viernes por la tarde voy a por mi bacalao con papas (es mi preferida de todas las de la región).

 

 

 

Vistas del pueblo desde la laguna de agua marina que se extiende a su lado.

 

El edificio más a la izquierda es el Celtic Ross Hotel, con un buen restaurante, gimnasio y piscina (a la que iba a nadar en invierno)

 

 

A la izquierda la iglesia católica de St. Fachtna y a la derecha el Monasterio del Monte St. Michael

 

 

“…No puedo esperar para siempre,

es todo lo que dijiste antes de levantarte,

no vas a defraudarme, ya eso lo hago yo sólo,

pero me agrada que hayas venido

y ahora si no te importa,

márchate, márchate…”

 

Leave – The Swell Season