Al este de Cork

No han sido muchas las entradas en las que se mencione la parte este del condado , salvo el post que dediqué a Cobh (y Kinsale) hace ya casi un año. Por tanto,ya es hora de que le brindemos algunas palabras a esta área más alejada y desconocida. Es cierto que no tiene el encanto de West Cork, pero bien merece una visita, aunque sea sólo de una jornada, para disfrutar de sus puntos fuertes, que los tiene.

El este de Cork es bastante más llano que el Oeste, también está mucho más poblado y las infraestructuras son posiblemente mejores. En cuanto a belleza natural se refiere, aparte de  algunos valles fluviales, se concentra toda ella en la costa y allí es donde nos vamos, a conocer muy brevemente algunos pueblos que se asientan a orillas del mar, con playas interminables y un clima benigno (dicen que de los mejores del país, –al menos, con más horas de sol que en el resto-).

Shanagarry

Esta villa tiene fama principalmente por 2 motivos:  aquí vivió durante un tiempo William Penn (fundador de Pensilvania) y además porque Shanagarry es sede de una de las escuelas de cocina más prestigiosas de Irlanda (la Ballymaloe Cookery School).

Posee una playa extensísima, con su correspondiente paseo peatonal y el solemne Garryvoe Hotel, conocido por sus acoger numerosas celebraciones nupciales de parejas que vienen a festejar su unión atraídas por el paisaje.

Ballycotton

En la foto anterior se puede adivinar la silueta de una isla, la de Ballycotton, homónima del pueblo y muelle que descansan en esta zona costera.

Esta islote con sus montañas y su faro, me recuerda en cierta medida a la Isla de Lobos, aunque el efecto óptico desaparece cuando cambiamos de ángulo y apreciamos que en realidad se trata de dos islas casi unidas.

Para los amantes de la ornitología, en este lugar se pueden presenciar hasta 300 especies distintas de aves a lo largo del año. Y para los que nos encanta el senderismo, los acantilados acogen una pequeña red de caminos cortos pero muy espectaculares. También hay un grupo de piscinas ‘naturales’ cobijadas en las rocas y a las que se conoce con el sobrenombre de ‘el Paraíso’.

Youghal

Siguiendo la costa, Youghal es la última localidad antes de abandonar el condado de Cork y adentrarnos en el de Waterford.

Esta ciudad histórica (de nombre impronunciable) que se asienta en la desembocadura del río Blackwater, el segundo más largo de Irlanda, posee  numerosos atractivos que van desde sus murallas medievales, sus edificios antiguos, testigos de otra época, hasta sus 8 kms. de playa (de las que no tengo fotos, –la cámara me dio mucho la lata ese día-, aunque si puedo compartir una imagen de la Torre del Reloj, emblema del pueblo).

Espero que no les importe que el cielo aparezca en tono rosa.

De Youghal se podría hablar muchísimo, ya que goza de un pasado de gran envergadura, sin embargo y para no entrar en crónicas históricas pesadas, sólo me haré cargo de un detalle que considero peculiar: parece ser que en esta ciudad fue donde se plantaron las primeras papas en Irlanda y puede que en Europa, allá por el siglo XVI.

Ya más recientemente, Youghal también es conocida por dar nombre a un personaje de Arthur Conan Doyle (que veraneaba ocasionalmente en este lugar); además, es el lugar donde se rodaron bastantes de las escenas exteriores de Moby Dick de John Huston. Así pues, la famosa película se realizó  entre Las Palmas de Gran Canaria y Youghal (en el pueblo irlandés han explotado el tema a mansalva:  en las tabernas, comercios, etc. hay continuas referencias al capitán Ahab y la ballena blanca).

Ardmore

Aunque estrictamente no hablamos del condado de Cork, sino que ya nos hemos adentrado un pelín en el de Waterford, no quisiera terminar sin nombrar esta pequeña villa de veraneo que de otra forma quedaría en el olvido.

Independiente de su playa y su ambiente tranquilo y acogedor, el mayor punto de interés de Ardmore es la colina en la que se levantan los restos de un antiguo monasterio del siglo XII.

De la catedral de San Declan sólo quedan las ruinas, así como del lugar en el que dicen descansa el santo, pero merece la pena un paseo tan sólo por contemplar la torre monástica cilíndrica que corona el recinto, una de las mejores conservadas del país.