Serían como las dos de la tarde cuando desembarqué con todos mis bártulos en el hotel Glena House de Killarney. Estaba un poco cansado después de conducir toda la mañana, pero sólo pensaba en una cosa: llegar a la habitación, cambiarme de ropa, ponerme las botas y aprovechar la benevolencia del clima para hacerme un pateo corto durante el resto del día.
Esperé durante unos diez minutos en recepción a que llegase alguien a atenderme, pero aquello estaba más pelado que el sobaco de la rana Gustavo. Estuve dándole a la campanilla durante varias veces hasta que por fin escuché voces y a alguien bajando las escaleras,…falsa alarma…, resultaron ser dos mozos cargando con una alfombra gigantesca que pasaron a mi lado sin tan siquiera mirarme. Transcurrió otro buen rato de timbrazos periódicos con nulo resultado hasta que claudiqué, decidí sentarme y esperar. Pasó al menos otra media hora y ya me había leído la mitad de los folletos de propaganda del Parque Nacional, me conocía de memoria los restaurantes de interés, museos, tiendas y sólo faltaba que me aprendiera el número de teléfono de la parada de taxis, así que, con un mosqueo más que importante, opté por recoger de nuevo los bolsos, meterme en el coche, cambiarme allí mismo de ropa y salir a hacerme mi caminata.
Casi a la hora de cenar, crucé los dedos y regresé al hotel con la esperanza de que la fortuna me sonreiría y… ¡Bingo!, una atractiva señorita me esperaba al otro lado del mostrador…, pronto descubriría que era igual de guapa que de antipática. Tras una conversación seca, con monosílabos, en la que terminé por escribirle mi apellido en un papel por problemas de comprensión mutua, me entregó la llave de la habitación acompañada de un…”rrroom a hundrrred and fourrrr” con un marcado acento polaco.
Atravesé varios pasillos de aspecto sórdido hasta llegar a mi cuarto y al abrir la puerta…¡zas!, ¡en toda la boca!, y también en la nariz, garganta, ojos, piel…Un fortísimo olor a pinturas, barnices y disolventes que me hicieron ir corriendo a la ventana para abrirla de par en par…, cristales que, por otra parte, estaban sólo cubiertos por una cortina transparente del grosor de un papel higiénico y que daban a un pequeño jardín que los demás huéspedes usaban para tender la ropa. Una vez recuperado de esta primera impresión, examiné la estancia, un habitáculo austero y soso, para después dirigirme al baño, donde otra sorpresita me esperaba: el suelo y parte de las paredes estaban manchadas de yeso, con restos de cemento y un orificio en los azulejos que era la prueba de que el personal de manteniendo no había aún finalizado su labor; no obstante, con alivio infinito, comprobé que los grifos y la electricidad funcionaban sin problemas.
Para relajarme un poco del susto inicial, traté de conectarme a Internet a través de mi portátil, sin embargo, al cabo de unos veinte intentos fallidos fui a la recepción para remediarlo, pero…¡oh!...estaba vacía y esta vez no me molesté en tocar el timbre ni esperar sino que volví a mi cuarto, con la suerte de que al pasar por uno de los pasillos me encontré con una puerta abierta que daba a una especie de salón inmenso en el que se me ocurrió meter el hocico y ¡carajo!, la polaca estaba al fondo, sentada detrás de una máquina de coser…y yo por un instante, tuve la sensación de estar dentro de una película de Tim Burton. “¿qué quieres?”, me espetó. “Ermm, tengo problemas con la conexión inalámbrica y me preguntaba si a lo mejor la clave que…”, “¡La Wi-fi sólo funciona en la recepción!” me interrumpió con brusquedad y, sin más, se concentró en sus tareas textiles, mientras yo, cabizbajo, regresé a mi alcoba sin ánimos de iniciar una discusión pues la página del establecimiento publicitaba el acceso a Internet en todas las estancias.
Por la noche, antes de ir a la cama, traté infructuosamente de cerrar la ventana, pero tuve que abandonar y quedó una abertura de unos cinco centímetros y, aparte de los problemas de seguridad e intimidad, lo que más me preocupaba era el viento ártico que soplaba fuera y la ausencia de calefacción; todo esto unido a un colchón incómodo y a una única manta, no mucho más gruesa que la cortina. Por suerte, el agotamiento de una jornada más que larga provocó que mis ojos se fueran cerrando despacio y me abandoné al sueño.
Al cabo de un tiempo indeterminado, me desperté con el sonido de unos pitidos incesantes, parecidos a los de un teléfono cuando se acopla con otro aparato. Encendí la luz, comprobé que mi móvil estaba apagado y me dormí de nuevo, pero al rato, los ‘pii pi piii piii’ sonaron con más fuerza aún y, ya rendido, estuve a punto de decir en voz alta “Ok, estoy ya es demasiado, la broma estuvo graciosa, ahora díganme donde coño está la cámara oculta…”. Pasados unos minutos, descubrí que la interferencia procedía del televisor, así que me levanté a desenchufarlo y otra vez a la cama.
Por la mañana, con una cefalea considerable y de un humor bastante susceptible, lo primero que hice fue comprobar en un espejo que milagrosamente no estaba lleno de ronchas, porque era lo único que me faltaba.
El dolor de cabeza desapareció después de una ducha y con ánimos renovados me dirigí al comedor a tomarme el desayuno. Allí me encontré con otros huéspedes en los que, por sus expresiones faciales, intuí que tampoco habían pasado una buena noche.
La camarera, también ciudadana de Polonia, hablaba el inglés justito para defenderse en su trabajo, pero al menos, era amable y sonreía. Ya me habría tomado más de medio desayuno y mi opinión del hotel estaba empezando a cambiar: la comida no era mala y había incluso fruta, pero entonces, se me ocurrió pedir un café con leche y tostadas y al llegar, en la jarrita de leche, descubrí los restos de algo oscuro que flotaba y, ni me molesté en examinarlo, simplemente lo aparte de mi vista y me fui sin terminar.
Pasé el día completo de excursión, regresé brevemente por la tarde para ducharme y salí a cenar por el pueblo. Al volver, cerca de las diez de la noche, me encontré a la recepcionista polaca terminándose un cigarrillo en la entrada, me dedicó una mirada de asco, se dio la vuelta y me cerró la puerta en las narices. Ya a estas alturas, me lo tomaba a la guasa, saqué mi tarjeta-llave de la cartera y abrí yo mismo, mientras la arisca doncella eslava desaparecía escaleras arriba. Sorteé y pisoteé un mar de rollos de alfombras desplegados por los pasillos antes de llegar a la habitación y meterme por segunda vez en mi refrigerado catre.
Mejor noche que la anterior, pero peor despertar debido a los golpes de un martillo pilón en el cuarto contiguo. La experiencia del día antes, me hizo tomar mil precauciones durante el desayuno que transcurrió sin contratiempos, y por fin, volví a la habitación para empaquetar mis bultos y dar gracias a la providencia de que iba a perder de vista aquel antro para siempre, pero iluso de mí, todavía me quedaba un último sobresalto: mientras me lavaba los dientes, y ya a punto de irme, escuché un ruido en la puerta que me hizo salir del baño y me tropecé con dos trabajadores que habían entrado en la habitación sin llamar y que me miraron asombrados de encontrarme allí. Uno tenía cara de pocos amigos y venía con un martillo en la mano, el otro venía con un cubo y más herramientas y fue el que habló…”perdone, pensábamos que ya se había ido, volveremos más tarde”, y yo, con la boca llena de espuma, conseguí balbucear un ‘ffhank you’.
Al marcharme, en recepción, me encontré con una señora mayor en lugar de mi amiga, de la que me hubiese encantado despedirme. “¿Ha disfrutado de su estancia?”…Me pensé la respuesta durante un momento para seguidamente decidir que no valía la pena…”¿Sería tan amable de darme una factura?” cambié de tema. “Lo siento, no damos facturas ni comprobantes de los pagos” se excusó. “ No me sorprende, este sitio es una auténtica mier…” farfullé; “¿Perdone? No le he oído bien”…Me había escuchado perfectamente pero se hacía la sueca, así que recogí mis maletas, le dediqué la mejor de mis sonrisas y sin más, me despedí como un caballero…”¡Qué tenga usted un buen día!”.
“…abre los ojos y mira hacia el día,
verás las cosas de forma distinta.
No dejes de pensar en el mañana,
No pares, pronto estará aquí.
Y será mejor que antes,
El ayer ya se fue, el ayer ya se fue…”
Don’t stop – Fleetwood Mac
30 septiembre 2009
Una estancia para olvidar
25 septiembre 2009
La Calzada del Gigante
…Hace muchos, muchos años
…en un tiempo muy remoto, vivía en Irlanda un gigante de lo más amistoso llamado Finn McCool. Dado su carácter amable, este coloso encontraba divertido comunicarse a gritos a través del estrecho de Moyle con otro gigantón, Bennandoner, que vivía en las costas escocesas.
Cuenta la leyenda que cierta vez, a petición de Bennandoner, acordaron echar un pulso para ver quien era más fuerte, aunque las verdaderas intenciones del escocés eran destruir a Finn, ya que lo veía como a su más acérrimo enemigo.
El ingenuo irlandés se ofreció a construir una calzada que uniese ambas tierras a través del mar y así hacer posible que se celebrase el torneo, pero la tarea fue tan fatigosa y larga para Finn, que al terminar, se volvió a su casa hecho migas y se quedó dormido en un periquete.
Durante la noche, el gigante Bennandoner aprovechó para atravesar la calzada hasta Irlanda y así intentar coger desprevenido al bonachón del irlandés. Sin embargo, Oonagh, la esposa de Finn, se despertó al escuchar los pesados pasos procedentes de Bennandoner y comprobó horrorizada que éste era un par de veces más grande que su marido, con lo que rápidamente se le ocurrió la idea de vestir a Finn con ropas de bebé.
Al llegar a la costa, el gigante escocés de muy malos humos preguntó por Finn, a lo que Oonagh respondió que no estaba en casa y le pidió por favor que no gritase pues despertaría al niño pequeño. Bennandoner echó un vistazo a la criatura y al percatarse del tamaño huyó despavorido pues pensó que si esas eran las dimensiones del hijo, no quería de ningún modo enfrentarse al padre.
En su carrera, fue hundiendo el camino con sus pisadas para que Finn McCool no pudiese jamás encontrarlo escondido en su guarida escocesa…
Geología e Historia
La formación de la calzada comenzó hace unos 60 millones de años tras sucesivas erupciones volcánicas. La lava, al enfriarse casi instantáneamente, creó columnas basálticas que se expandieron y fracturaron de manera poligonal. Estos tubos de basalto quedaron tapados por nuevas coladas hasta que en los últimos 15.000 años, y al final de las glaciaciones, la erosión dejó al desnudo este singular paisaje, que fue redescubierto en el siglo XVII.
El área, que descansa en el fondo de unos sobrecogedores acantilados, ocupa una superficie de aproximadamente 1 kilómetro cuadrado y se puede dividir en tres secciones (la Calzada Pequeña, la Media y la Gran Calzada). Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en los años 80 (único lugar en Irlanda que posee este título) abarca unas 37.000 columnas, casi todas hexagonales, aunque las hay desde cuadradas hasta con 10 lados; suelen medir unos 30 centímetros de ancho y algunas de ellas alcanzan los 12 metros de altura.
Curiosidades
La leyenda toma consistencia pues en la isla escocesa de Staffa hay estructuras similares en el enclave conocido como la Cueva de Fingal.
La zona está salpicada de otras estructuras pétreas que a lo largo de los años han sido bautizadas con los nombres más insólitos: El hocico de Aird, la joroba del camello, la silla de los deseos, el arpa, la chimenea, la bota del gigante, el panal, los escalones del pastor y un largo etcétera.
Impresiones personales
La belleza de este paraje, que más parece obra de delicados artesanos, destaca no sólo por las sorprendentes y geométricas formas que adopta el basalto, sino por las variaciones de tono que van desde la oscura huella que deja la bajamar, a los claros matices de las rocas menos castigadas y el contraste entre el ocre volcánico de los acantilados con el verde que tapiza las partes más llanas.
Todo esto queda un poco eclipsado por la gran cantidad de gente que acude a diario y que ha convertido el lugar en una atracción turística más, con un marcado desarrollo de las inmediaciones.... ( un centro de visitantes, tiendas, parking, etc.). El eterno dilema entre dejar los espacios naturales sin tocar, o por el contrario, intentar sacarle un rendimiento económico a la afluencia de turistas.
El día en que visité la Calzada era soleado y apacible, el clima ideal, según todas las guías, para disfrutar del panorama en todo su esplendor y sin embargo, y aún conociendo que es una quimera, me habría gustado comprobar lo que se siente en un día de mucha lluvia, sin nadie en las proximidades, sin voces, sólo con el rumor de la marea y los incesantes pero seductores canturreos de gaviotas y cormoranes.
Epílogo
La Calzada del Gigante es el principal punto de interés, pero no el único, de la conocida como ‘Ruta panorámica de La Calzada’, de unas 120 millas de largo, y que une las localidades de Derry y Carrickfergus en Irlanda del Norte y que es considerado uno de los trayectos costeros más espectaculares de las islas británicas.
Una carretera que zigzaguea entre riscos blancos que se enfrentan al mar, pueblos donde almorzar un buen pescado, ruinas de castillos que cuelgan de los acantilados y hasta un lugar que ofrece un pequeño desafío para aventureros, el puente de cuerda de Carrick-a-Rede que enlaza la tierra con un pequeño islote donde hay una piscifactoría.
“…cuando abandones tu sueño,
sabrás que has muerto.
Y los gusanos siempre están hambrientos…”
Bendecida – Héroes del Silencio
20 septiembre 2009
Viva la vida
“…Y la gente, mientras iba abandonando la explanada, seguía y seguía cantando el coro de la canción...”
El pasado lunes 14 de septiembre por la tarde noche, los tranvías y guaguas de Dublín estuvieron a punto de colapsarse transportando a la multitud que se congregó en Phoenix Park para asistir a la actuación de Coldplay. El elevado precio de la entrada (70 euros) no fue un obstáculo para que casi 45 mil personas se juntaran en una de las enormes explanadas del parque en un atardecer nublado pero afortunadamente sin lluvia.

White Lies y Elbow fueron las formaciones invitadas antes de que los anfitriones salieran al escenario.
White Lies, con el impedimento que supone tocar los primeros, no supieron conectar con el público y pasaron sin pena ni gloria, con la salvedad quizás de su último tema “Death”, que a pesar de parecerse sospechosamente al sonido Snow Patrol, consiguió arrancar algunos jaleos entre los asistentes. Bien distinta fue la actuación de Elbow, veterano grupo de Manchester, que con una puesta en escena sobria pero eficaz y acompañándose de un cuarteto de cuerdas (violines y violonchelo) fueron caldeando el ambiente hasta que su vocalista, con un color de voz muy parecido al de Peter Gabriel, consiguiera meterse al público en el bolsillo al calor de temas como “Grounds for divorce”, “The bones of you” y el grandísimo “One day like this” con el que cerraron su actuación dejando a la audiencia rendida a sus pies, pero con el consuelo de que todavía lo mejor estaba por venir.
En el intervalo entre Elbow y Coldplay, el encargado de sonido mantuvo a la muchedumbre despierta, atreviéndose incluso a pinchar “Magnificent”, lo que puso al gentío a mil. Por fin, a las 9 en punto de la noche, y después de unos inesperados compases del “Danubio Azul”, se apagaron las luces, se encendieron las cámaras y los móviles y los gritos se hicieron ensordecedores cuando sonaron los primeros acordes de “Life in Technicolor I”; con el escenario aún a oscuras y varios figurantes que hacían juegos malabares con fuego; el final del tema quedó unido a “Violet Hill”, los focos se iluminaron y Chris Martin y sus chicos se dejaron ver delante de una monumental replica del lienzo de Delacroix “La libertad guiando al pueblo”. Sin hacer ninguna pausa, continuaron con “Clocks”, en la que la aparición del láser, las pantallas gigantes y las luces, dejaron entrever parte del fabuloso espectáculo visual que les sirve de apoyo en esta gira mundial.
El demoledor comienzo de concierto se completó con “In my place” y “Yellow” con la multitud coreando la letra y jugando con cientos de balones amarillos gigantes sobre las cabezas. Luego, un pequeño respiro para que el líder de la banda bromeara con los asistentes, en plan Susan Boyle en X-Factor, para luego seguir intercalando éxitos pasados con las canciones del último disco hasta llegar a “Fix you” donde se vivió uno de los momentos más especiales del concierto, aún más intenso cuando Chris, a gritos, comentó que era el mejor público que se había encontrado jamás en una noche de lunes.
A partir de ahí, sonaron temas sólo con el piano como “The hardest part” “Postcards from far away”, e incluso un ‘cover’ del “Ride on” de Christie Moore.
El resto de los componentes volvió al escenario con nuevos bríos para interpretar “Viva la vida” y “Lost” e incendiar Phoenix Park, convirtiéndolo en un inmenso torbellino de adrenalina. Posteriormente otro pequeño descanso en el que se fueron a una de las pasarelas y sólo con las guitarras acústicas interpretaron “Trouble”, “Death will never conquer”, con un más que acento irlandés, y una versión del Billie Jean de Michael Jackson, con el público, a petición de Chris Martin, haciendo una ola continua con las pantallas de los móviles.
Con más de hora y media sobre sus espaldas, la banda enfiló el tramo final de la noche con “Politik”, “Lovers in Japan”, en la que decenas de cañones escondidos dispararon una lluvia de confetis sobre una multitud entregada, y por último “Death and all his friends” con los cuatro miembros saludando, dando las gracias y despidiéndose…no sin antes recordar que a la salida se podía recoger un Cd gratuito con varios temas en vivo de la última gira.

Tras varios minutos de ‘oes, oes, oes..’ la banda regresó y Chris Martín bromeó diciendo …”vale, vale…ahora vamos a tocar Where the streets have no name…”.
En lugar de eso, regalaron a la gente unos bises extraordinarios: “The Scientist” y “Life in Technicolor II”, con una salva de fuegos artificiales como broche final.
Coldplay en directo desde Dublín, una noche memorable, no sólo por el brutal despliegue visual y la extraordinaria calidad del sonido sino por ser un concierto divertido, interactivo,…mágico.
“y la gente, mientras iba abandonando la explanada, seguía y seguía cantando el coro de la canción...Viva la vida”.
“…Si nunca lo intentas, nunca lo sabrás,
sólo que tú mereces la pena.
Las luces te guiarán a casa
y quemarán tus huesos,
y yo intentaré arreglarte…”
Fix you - Coldplay
El pasado lunes 14 de septiembre por la tarde noche, los tranvías y guaguas de Dublín estuvieron a punto de colapsarse transportando a la multitud que se congregó en Phoenix Park para asistir a la actuación de Coldplay. El elevado precio de la entrada (70 euros) no fue un obstáculo para que casi 45 mil personas se juntaran en una de las enormes explanadas del parque en un atardecer nublado pero afortunadamente sin lluvia.
White Lies y Elbow fueron las formaciones invitadas antes de que los anfitriones salieran al escenario.
White Lies, con el impedimento que supone tocar los primeros, no supieron conectar con el público y pasaron sin pena ni gloria, con la salvedad quizás de su último tema “Death”, que a pesar de parecerse sospechosamente al sonido Snow Patrol, consiguió arrancar algunos jaleos entre los asistentes. Bien distinta fue la actuación de Elbow, veterano grupo de Manchester, que con una puesta en escena sobria pero eficaz y acompañándose de un cuarteto de cuerdas (violines y violonchelo) fueron caldeando el ambiente hasta que su vocalista, con un color de voz muy parecido al de Peter Gabriel, consiguiera meterse al público en el bolsillo al calor de temas como “Grounds for divorce”, “The bones of you” y el grandísimo “One day like this” con el que cerraron su actuación dejando a la audiencia rendida a sus pies, pero con el consuelo de que todavía lo mejor estaba por venir.
En el intervalo entre Elbow y Coldplay, el encargado de sonido mantuvo a la muchedumbre despierta, atreviéndose incluso a pinchar “Magnificent”, lo que puso al gentío a mil. Por fin, a las 9 en punto de la noche, y después de unos inesperados compases del “Danubio Azul”, se apagaron las luces, se encendieron las cámaras y los móviles y los gritos se hicieron ensordecedores cuando sonaron los primeros acordes de “Life in Technicolor I”; con el escenario aún a oscuras y varios figurantes que hacían juegos malabares con fuego; el final del tema quedó unido a “Violet Hill”, los focos se iluminaron y Chris Martin y sus chicos se dejaron ver delante de una monumental replica del lienzo de Delacroix “La libertad guiando al pueblo”. Sin hacer ninguna pausa, continuaron con “Clocks”, en la que la aparición del láser, las pantallas gigantes y las luces, dejaron entrever parte del fabuloso espectáculo visual que les sirve de apoyo en esta gira mundial.
El demoledor comienzo de concierto se completó con “In my place” y “Yellow” con la multitud coreando la letra y jugando con cientos de balones amarillos gigantes sobre las cabezas. Luego, un pequeño respiro para que el líder de la banda bromeara con los asistentes, en plan Susan Boyle en X-Factor, para luego seguir intercalando éxitos pasados con las canciones del último disco hasta llegar a “Fix you” donde se vivió uno de los momentos más especiales del concierto, aún más intenso cuando Chris, a gritos, comentó que era el mejor público que se había encontrado jamás en una noche de lunes.
A partir de ahí, sonaron temas sólo con el piano como “The hardest part” “Postcards from far away”, e incluso un ‘cover’ del “Ride on” de Christie Moore.
El resto de los componentes volvió al escenario con nuevos bríos para interpretar “Viva la vida” y “Lost” e incendiar Phoenix Park, convirtiéndolo en un inmenso torbellino de adrenalina. Posteriormente otro pequeño descanso en el que se fueron a una de las pasarelas y sólo con las guitarras acústicas interpretaron “Trouble”, “Death will never conquer”, con un más que acento irlandés, y una versión del Billie Jean de Michael Jackson, con el público, a petición de Chris Martin, haciendo una ola continua con las pantallas de los móviles.
Con más de hora y media sobre sus espaldas, la banda enfiló el tramo final de la noche con “Politik”, “Lovers in Japan”, en la que decenas de cañones escondidos dispararon una lluvia de confetis sobre una multitud entregada, y por último “Death and all his friends” con los cuatro miembros saludando, dando las gracias y despidiéndose…no sin antes recordar que a la salida se podía recoger un Cd gratuito con varios temas en vivo de la última gira.
Tras varios minutos de ‘oes, oes, oes..’ la banda regresó y Chris Martín bromeó diciendo …”vale, vale…ahora vamos a tocar Where the streets have no name…”.
En lugar de eso, regalaron a la gente unos bises extraordinarios: “The Scientist” y “Life in Technicolor II”, con una salva de fuegos artificiales como broche final.
Coldplay en directo desde Dublín, una noche memorable, no sólo por el brutal despliegue visual y la extraordinaria calidad del sonido sino por ser un concierto divertido, interactivo,…mágico.
“y la gente, mientras iba abandonando la explanada, seguía y seguía cantando el coro de la canción...Viva la vida”.
“…Si nunca lo intentas, nunca lo sabrás,
sólo que tú mereces la pena.
Las luces te guiarán a casa
y quemarán tus huesos,
y yo intentaré arreglarte…”
Fix you - Coldplay
13 septiembre 2009
Habitantes y visitantes
Además de los conocidos habitantes de la finca, es decir, Barney, Keith, Miguel, un Penique, dos Peniques y tres Peniques, existen otros muchos seres que toman el lugar como residencia temporal y, en ocasiones, definitiva.
Si los ordenáramos de menor a mayor, el primer grupo sería el de los insectos, los hay de todos los tipos y tamaños, pero serían de destacar los diminutos ‘midgies’, mosquitos casi microscópicos que se empeñan en meterse entre el pantalón y los calcetines para dejarte la pantorrilla echa un mapa en relieve; luego nos encontramos a la ‘mosca del caballo’ que tiene una trompa que duplica dos o tres veces su tamaño y que es capaz de meterla entre varias capas de ropa hasta inocular su saliva y dejarte una erupción cutánea circular del diámetro de un CD regrabable; y, por último, ¿qué sería de la vida en el campo sin los adorables arácnidos?, tu existencia no sería la misma sin el placer que supone revisar la cama todas las noches, sobre todo desde aquella vez en que te encontraste una araña gigante correteando por encima…, suerte que estuviste rápido y la derribaste con un buen golpe de manga de pullover para luego rematarla de un movimiento certero con el zapato (de los que aún tienen suela). Ese mismo día, y mientras tú dabas un paseo por la playa para recuperarte de la impresión, tu vecino de al lado te comenta que él se encargó de neutralizar a un espécimen de la misma familia que se intentaba colar en su casa y que para ello hubo de utilizar altas dosis de insecticida, hasta que ‘Ella’, del tamaño de su mano, se desplomó al suelo de forma pesada (con el sonido que hace un pedrusco al precipitarse sobre la hierba), y, finalizó la faena dejando caer, también, el peso de su cuerpo sobre la moribunda criatura.
Siguiendo el orden de tamaños, ahora llegaría el turno de los pájaros, desde mirlos y grajos hasta los singulares murciélagos que moran en los huecos del tejado y que sólo se dejan ver muy de vez en cuando.
Roedores, conejos y tejones conforman el siguiente escalón. A estos últimos no me los he encontrado vivos, aunque sí los he visto un poco ‘aplastados’ en la carretera; son animales nocturnos de andar cansino que excavan unas madrigueras bastante grandes y en las que luego Barney se entierra hasta el rabo.

En los atardeceres de algunas noches aparecen los zorros y sus cachorros. Son extremadamente tímidos y huidizos, pero si te escondes detrás de las ventanas y tienes paciencia, los puedes apreciar de cerca, porque corretean y juegan alrededor de la casa…aunque si el perro está por los alrededores no se atreven a venir, porque saben con seguridad que se llevarían una muesca dolorosa en el trasero.


Y, para terminar, tenemos las visitas esporádicas de Lulú.
Lulú es la perra pizpireta de los vecinos, ni siquiera sé como se llama, pero la he bautizado como ‘Lulú’ porque el nombre le viene que ni pintado a esta especie de cojín esponjoso de cuatro patas, color diarrea, pelos de Hollywood y personalidad díscola y engreída…A pesar de sus múltiples coqueteos y descargas hormonales, Barney no se le aproxima ni un centímetro y es que el perro no tiene huevos de acercarse a ella, (simplemente no tiene huevos), y Lulú, dentro de su egocéntrico mundo, esto lo lleva muy mal y planea sus malvadas venganzas de forma muy estudiada.
La perrita lleva más de un año con la misma actitud, pero yo únicamente he sido testigo del fenómeno en estos últimos meses…y las pautas son más o menos las que siguen:
Lulú se deja ver a media tarde, después de la hora del té, se mueve con garbo acompasado y con picardía se desliza dentro de la propiedad y camina haciéndose la distraída hacia donde están los coches aparcados, olisquea algunas plantas y luego, mira a Barney de reojo; éste, amodorrado alrededor del porche, la observa desde su hocico a nivel del suelo pero no hace ningún movimiento; Lulú espera durante algunos minutos por alguna señal canina que nunca llega y al final, se aburre y se va.
A la media hora o así, vuelve y lo hace con cara de pocos amigos. Ya no disimula, camina firmemente sobre sus cuatro patas hasta plantarse a escasos veinte metros de la puerta….Barney, que la conoce, se incorpora y empieza a ladrar sin moverse del sitio…pero ya es demasiado tarde…Lulú entrecierra los ojos, alza levemente la cabeza, une las patas de delante con las de detrás, tensa los músculos y, no sin cierto glamour, alivia su vientre con empeño…mientras en su hocico se esboza una sonrisa.
Casi al tiempo que finaliza su obra, aparece Keith, alertado por los ladridos y con una escoba en la mano intenta alcanzarla, pero nunca llega a tiempo….Lulú con trote alegre ya ha desaparecido tras la valla.
Al menos una vez a la semana se repite esta liturgia y también la resignada tarea que conlleva: Keith regresa al lugar de los hechos, evalúa los daños, se rasca la cabeza y va en busca de una pala con la que recoger los malolientes excrementos (de consistencia y color parecidos a los de un chicle de fresa)…para luego dirigirse con vehemencia al límite de la finca y lanzarlos con vigor hacia la casa de sus vecinos…
Una vez, comentando la jugada, me dijo: “Normalmente los suelo arrojar hacia los parterres de plantas o hacia el patio, para que los huelan, para que se den cuentan de que no deberían dejar a la perra andar a sus anchas por el terreno de los demás,…pero ¿sabes…?” –hizo un inciso y se empezó a carcajear- “…hace tiempo, estaba tan de mala leche que cogí la mierda y la lancé con toda mi alma a donde tenían la ropa tendida, con tanta fortuna que uno de los trozos fue a parar al bolsillo de una camisa…¡Imagínate lo que pensarían cuando la estuviesen planchando…!”
“…Cómo puedo intentar explicarlo, cuando lo hago soy rechazado otra vez,
siempre ha sido igual, la misma vieja historia,
desde el momento en que pude hablar, se me dijo que escuchase,
ahora hay un camino y sé que tengo que partir,
sé que tengo que irme…”.
Father and son – Cat Stevens
Si los ordenáramos de menor a mayor, el primer grupo sería el de los insectos, los hay de todos los tipos y tamaños, pero serían de destacar los diminutos ‘midgies’, mosquitos casi microscópicos que se empeñan en meterse entre el pantalón y los calcetines para dejarte la pantorrilla echa un mapa en relieve; luego nos encontramos a la ‘mosca del caballo’ que tiene una trompa que duplica dos o tres veces su tamaño y que es capaz de meterla entre varias capas de ropa hasta inocular su saliva y dejarte una erupción cutánea circular del diámetro de un CD regrabable; y, por último, ¿qué sería de la vida en el campo sin los adorables arácnidos?, tu existencia no sería la misma sin el placer que supone revisar la cama todas las noches, sobre todo desde aquella vez en que te encontraste una araña gigante correteando por encima…, suerte que estuviste rápido y la derribaste con un buen golpe de manga de pullover para luego rematarla de un movimiento certero con el zapato (de los que aún tienen suela). Ese mismo día, y mientras tú dabas un paseo por la playa para recuperarte de la impresión, tu vecino de al lado te comenta que él se encargó de neutralizar a un espécimen de la misma familia que se intentaba colar en su casa y que para ello hubo de utilizar altas dosis de insecticida, hasta que ‘Ella’, del tamaño de su mano, se desplomó al suelo de forma pesada (con el sonido que hace un pedrusco al precipitarse sobre la hierba), y, finalizó la faena dejando caer, también, el peso de su cuerpo sobre la moribunda criatura.
Siguiendo el orden de tamaños, ahora llegaría el turno de los pájaros, desde mirlos y grajos hasta los singulares murciélagos que moran en los huecos del tejado y que sólo se dejan ver muy de vez en cuando.
Roedores, conejos y tejones conforman el siguiente escalón. A estos últimos no me los he encontrado vivos, aunque sí los he visto un poco ‘aplastados’ en la carretera; son animales nocturnos de andar cansino que excavan unas madrigueras bastante grandes y en las que luego Barney se entierra hasta el rabo.

En los atardeceres de algunas noches aparecen los zorros y sus cachorros. Son extremadamente tímidos y huidizos, pero si te escondes detrás de las ventanas y tienes paciencia, los puedes apreciar de cerca, porque corretean y juegan alrededor de la casa…aunque si el perro está por los alrededores no se atreven a venir, porque saben con seguridad que se llevarían una muesca dolorosa en el trasero.
Y, para terminar, tenemos las visitas esporádicas de Lulú.
Lulú es la perra pizpireta de los vecinos, ni siquiera sé como se llama, pero la he bautizado como ‘Lulú’ porque el nombre le viene que ni pintado a esta especie de cojín esponjoso de cuatro patas, color diarrea, pelos de Hollywood y personalidad díscola y engreída…A pesar de sus múltiples coqueteos y descargas hormonales, Barney no se le aproxima ni un centímetro y es que el perro no tiene huevos de acercarse a ella, (simplemente no tiene huevos), y Lulú, dentro de su egocéntrico mundo, esto lo lleva muy mal y planea sus malvadas venganzas de forma muy estudiada.
La perrita lleva más de un año con la misma actitud, pero yo únicamente he sido testigo del fenómeno en estos últimos meses…y las pautas son más o menos las que siguen:
Lulú se deja ver a media tarde, después de la hora del té, se mueve con garbo acompasado y con picardía se desliza dentro de la propiedad y camina haciéndose la distraída hacia donde están los coches aparcados, olisquea algunas plantas y luego, mira a Barney de reojo; éste, amodorrado alrededor del porche, la observa desde su hocico a nivel del suelo pero no hace ningún movimiento; Lulú espera durante algunos minutos por alguna señal canina que nunca llega y al final, se aburre y se va.
A la media hora o así, vuelve y lo hace con cara de pocos amigos. Ya no disimula, camina firmemente sobre sus cuatro patas hasta plantarse a escasos veinte metros de la puerta….Barney, que la conoce, se incorpora y empieza a ladrar sin moverse del sitio…pero ya es demasiado tarde…Lulú entrecierra los ojos, alza levemente la cabeza, une las patas de delante con las de detrás, tensa los músculos y, no sin cierto glamour, alivia su vientre con empeño…mientras en su hocico se esboza una sonrisa.
Casi al tiempo que finaliza su obra, aparece Keith, alertado por los ladridos y con una escoba en la mano intenta alcanzarla, pero nunca llega a tiempo….Lulú con trote alegre ya ha desaparecido tras la valla.
Al menos una vez a la semana se repite esta liturgia y también la resignada tarea que conlleva: Keith regresa al lugar de los hechos, evalúa los daños, se rasca la cabeza y va en busca de una pala con la que recoger los malolientes excrementos (de consistencia y color parecidos a los de un chicle de fresa)…para luego dirigirse con vehemencia al límite de la finca y lanzarlos con vigor hacia la casa de sus vecinos…
Una vez, comentando la jugada, me dijo: “Normalmente los suelo arrojar hacia los parterres de plantas o hacia el patio, para que los huelan, para que se den cuentan de que no deberían dejar a la perra andar a sus anchas por el terreno de los demás,…pero ¿sabes…?” –hizo un inciso y se empezó a carcajear- “…hace tiempo, estaba tan de mala leche que cogí la mierda y la lancé con toda mi alma a donde tenían la ropa tendida, con tanta fortuna que uno de los trozos fue a parar al bolsillo de una camisa…¡Imagínate lo que pensarían cuando la estuviesen planchando…!”
“…Cómo puedo intentar explicarlo, cuando lo hago soy rechazado otra vez,
siempre ha sido igual, la misma vieja historia,
desde el momento en que pude hablar, se me dijo que escuchase,
ahora hay un camino y sé que tengo que partir,
sé que tengo que irme…”.
Father and son – Cat Stevens
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09 septiembre 2009
In-clemencias meteorológicas (2ª parte)
I amar prestar aen
"El mundo ha cambiado"
Han mathon ne nen
"Lo siento en el agua"
Han mathon ne chae
"Lo siento en la tierra"
A han noston ned ´wilith
"Lo huelo en el aire"
La canción de Galadriel (Sindarin)
Dicen que si estás en Irlanda puedes disfrutar de las cuatro estaciones en un solo día, o en otras palabras, si no te gusta el tiempo que hace…sólo tienes que esperar un cuarto de hora y habrá cambiado. En todos estos refranes populares siempre hay un poco de razón, aunque a su vez es cierto, que las consecuencias del cambio climático, y que causan estragos en diversos puntos del globo, también dejan su huella en esta región y como ejemplo exponer que esta semana se ha publicado en un periódico de tirada nacional que este ha sido y es el verano más lluvioso desde 1866… (justo cuando a mí se me ocurrió mudarme…).
Lluvia Horizontal
Galway, 6 de la tarde, salgo a la calle después de una agotadora jornada buscando un lugar donde cenar…y cómo no…La ley de Murphy… (con ese apellido seguro que era irlandés), ¡empieza a llover!
Me enfundo el chubasquero y no he dado más de tres pasos cuando tengo que abrir el paraguas mientras alrededor los transeúntes aceleran el paso y algunos miran al cielo con hastío. A los cinco minutos, y a pesar de todas mis precauciones, estaba más empapado que las bragas de Arwen el día que coronaron a Aragorn; y es que, las gotas de lluvia, haciéndole cortes de manga a Newton, se empeñaban en remontar el vuelo antes de aterrizar en la calle e iban dejando el paraguas y al ‘sujeto que lo persona’ más mojado por debajo que por encima. Lo más llamativo de toda esta historia es que el sol era de campeonato y no había una maldita nube en el cielo.
El cazatornados
Me empecé a preocupar en el trayecto que va desde Galway hasta Sligo cuando advertí, a través de la ventanilla, que en el mar se estaban fraguando varios conos oscuros de nubes densas que, agrupadas como un ejército de orcos, se dirigían con paso firme hacía la costa. Luego las perdí de vista y me olvidé de ellas, pues durante un buen rato, bajo un sol intenso y hasta cálido, conduje por una ruta de arbustos altos que no me permitían ver mucho más allá. No fue hasta que detrás de un cambio de rasante se abrió ante mí una planicie inmensa como los campos de Pellenor y en el medio,… la pesadilla, algo que se podría definir como la ‘madre de todas las tormentas’: un hongo nuclear negro inmenso, de una forma muy definida y aspecto compacto y al que se le iban uniendo las pequeñas borrascas procedentes del mar. La única nota colorida, dentro de este panorama fúnebre, eran los pequeños arco-iris que se arremolinaban alrededor. El temporal estaba aún lejos, mucho, pero la dirección que iba tomando y la línea que la carretera dibujaba sobre el horizonte me hacían presagiar que quizás, y en poco tiempo, me vería enfrascado en una ‘batalla’.
Unos veinte minutos más tarde, mi temores se cumplieron y ocurrió lo inevitable: en cuestión de segundos, el día se convirtió en noche y la tempestad empezó a escupir una violenta lluvia monzónica sobre los cristales haciendo inútil el trabajo del limpia-parabrisas; la visibilidad se hizo nula, los charcos del arcén se convirtieron en estanques y a mí se me paró el pulso durante varios segundos interminables en los que el Ford hizo aquaplanning (nunca es agradable pero, en una carretera rural y sin ver lo que tienes delante, es de todo menos gracioso). Me entró el pánico, fui frenando poco a poco y me aparté hacia una cuneta durante más o menos un cuarto de hora, un ratito en el que me pareció estar dentro de un túnel de lavado…(no sólo porque la visión exterior era borrosa sino por el ruido pesado de la lluvia y el continuo traqueteo del pobre coche con los embates del viento).
Al final, el champiñón atómico dejó de descargar súbitamente y, tal y como llegó, se alejó con dirección sur. Se hizo la luz de nuevo y quedó una estampa de turismos y camiones aparcados a ambos lados de la carretera y con la gente, supongo, aún con el susto en el cuerpo. Todavía hubo que esperar un buen rato hasta que la calzada dejase de parecer un río y se pudiese conducir otra vez.
Jugueteando con las olas
Para terminar, merece la pena contar una anécdota, quizás más cotidiana, pero que tiene su punto insólito.
Todos hemos visto alguna vez, cuando el viento es feroz, como el oleaje al llegar a la costa, golpea con dureza y hace saltar el agua que invade paseos y avenidas. La escena suele ser atractiva a la vista, sobre todo observada desde un lugar seguro, pero no es tan excitante si vas conduciendo y eres tú el que tiene que abordarla. En ocasiones, la calzada es ancha y la solución pasa por apartarse al siguiente carril y acelerar para que la ola no te alcance, pero el tema se complica si la carretera es estrecha, llena de baches y con una pared rocosa en el otro costado que evita cualquier escapatoria. Esto último fue lo que me ocurrió a mí, también en las inmediaciones de Galway, y todo por salirme de las vía principal y atravesar una de las rutas secundarias que suelen ser más tranquilas y panorámicas.
Las olas no eran demasiado grandes pero sí frecuentes y hostiles y no pude evitar que golpearan más de una vez la carrocería de mi Ford, mientras yo, haciendo malabarismos con el volante, sorteaba las acometidas con un ojo y con el otro me concentraba en los baches y buscaba desesperado la siguiente curva esperando que la carretera se apartase por fin de la orilla.
Hasta aquí, todo puede resultar más o menos normal, incluso ordinario, si no fuese porque, como si del mismísimo abismo de Helm se tratase, la pista estaba situada en medio de un montón de montañas abruptas y las olas no procedían del mar sino… ¡de un lago!

“... ella va caminando a través de las nubes,
con una mente errática que vaga,
mariposas y cebras, rayos de luna y cuentos de hadas,
es todo en lo que ella piensa,
cabalgando con el viento…”
Little wing – The Jimi Hendrix Experience
"El mundo ha cambiado"
Han mathon ne nen
"Lo siento en el agua"
Han mathon ne chae
"Lo siento en la tierra"
A han noston ned ´wilith
"Lo huelo en el aire"
La canción de Galadriel (Sindarin)
Dicen que si estás en Irlanda puedes disfrutar de las cuatro estaciones en un solo día, o en otras palabras, si no te gusta el tiempo que hace…sólo tienes que esperar un cuarto de hora y habrá cambiado. En todos estos refranes populares siempre hay un poco de razón, aunque a su vez es cierto, que las consecuencias del cambio climático, y que causan estragos en diversos puntos del globo, también dejan su huella en esta región y como ejemplo exponer que esta semana se ha publicado en un periódico de tirada nacional que este ha sido y es el verano más lluvioso desde 1866… (justo cuando a mí se me ocurrió mudarme…).
Lluvia Horizontal
Galway, 6 de la tarde, salgo a la calle después de una agotadora jornada buscando un lugar donde cenar…y cómo no…La ley de Murphy… (con ese apellido seguro que era irlandés), ¡empieza a llover!
Me enfundo el chubasquero y no he dado más de tres pasos cuando tengo que abrir el paraguas mientras alrededor los transeúntes aceleran el paso y algunos miran al cielo con hastío. A los cinco minutos, y a pesar de todas mis precauciones, estaba más empapado que las bragas de Arwen el día que coronaron a Aragorn; y es que, las gotas de lluvia, haciéndole cortes de manga a Newton, se empeñaban en remontar el vuelo antes de aterrizar en la calle e iban dejando el paraguas y al ‘sujeto que lo persona’ más mojado por debajo que por encima. Lo más llamativo de toda esta historia es que el sol era de campeonato y no había una maldita nube en el cielo.
El cazatornados
Me empecé a preocupar en el trayecto que va desde Galway hasta Sligo cuando advertí, a través de la ventanilla, que en el mar se estaban fraguando varios conos oscuros de nubes densas que, agrupadas como un ejército de orcos, se dirigían con paso firme hacía la costa. Luego las perdí de vista y me olvidé de ellas, pues durante un buen rato, bajo un sol intenso y hasta cálido, conduje por una ruta de arbustos altos que no me permitían ver mucho más allá. No fue hasta que detrás de un cambio de rasante se abrió ante mí una planicie inmensa como los campos de Pellenor y en el medio,… la pesadilla, algo que se podría definir como la ‘madre de todas las tormentas’: un hongo nuclear negro inmenso, de una forma muy definida y aspecto compacto y al que se le iban uniendo las pequeñas borrascas procedentes del mar. La única nota colorida, dentro de este panorama fúnebre, eran los pequeños arco-iris que se arremolinaban alrededor. El temporal estaba aún lejos, mucho, pero la dirección que iba tomando y la línea que la carretera dibujaba sobre el horizonte me hacían presagiar que quizás, y en poco tiempo, me vería enfrascado en una ‘batalla’.
Unos veinte minutos más tarde, mi temores se cumplieron y ocurrió lo inevitable: en cuestión de segundos, el día se convirtió en noche y la tempestad empezó a escupir una violenta lluvia monzónica sobre los cristales haciendo inútil el trabajo del limpia-parabrisas; la visibilidad se hizo nula, los charcos del arcén se convirtieron en estanques y a mí se me paró el pulso durante varios segundos interminables en los que el Ford hizo aquaplanning (nunca es agradable pero, en una carretera rural y sin ver lo que tienes delante, es de todo menos gracioso). Me entró el pánico, fui frenando poco a poco y me aparté hacia una cuneta durante más o menos un cuarto de hora, un ratito en el que me pareció estar dentro de un túnel de lavado…(no sólo porque la visión exterior era borrosa sino por el ruido pesado de la lluvia y el continuo traqueteo del pobre coche con los embates del viento).
Al final, el champiñón atómico dejó de descargar súbitamente y, tal y como llegó, se alejó con dirección sur. Se hizo la luz de nuevo y quedó una estampa de turismos y camiones aparcados a ambos lados de la carretera y con la gente, supongo, aún con el susto en el cuerpo. Todavía hubo que esperar un buen rato hasta que la calzada dejase de parecer un río y se pudiese conducir otra vez.
Jugueteando con las olas
Para terminar, merece la pena contar una anécdota, quizás más cotidiana, pero que tiene su punto insólito.
Todos hemos visto alguna vez, cuando el viento es feroz, como el oleaje al llegar a la costa, golpea con dureza y hace saltar el agua que invade paseos y avenidas. La escena suele ser atractiva a la vista, sobre todo observada desde un lugar seguro, pero no es tan excitante si vas conduciendo y eres tú el que tiene que abordarla. En ocasiones, la calzada es ancha y la solución pasa por apartarse al siguiente carril y acelerar para que la ola no te alcance, pero el tema se complica si la carretera es estrecha, llena de baches y con una pared rocosa en el otro costado que evita cualquier escapatoria. Esto último fue lo que me ocurrió a mí, también en las inmediaciones de Galway, y todo por salirme de las vía principal y atravesar una de las rutas secundarias que suelen ser más tranquilas y panorámicas.
Las olas no eran demasiado grandes pero sí frecuentes y hostiles y no pude evitar que golpearan más de una vez la carrocería de mi Ford, mientras yo, haciendo malabarismos con el volante, sorteaba las acometidas con un ojo y con el otro me concentraba en los baches y buscaba desesperado la siguiente curva esperando que la carretera se apartase por fin de la orilla.
Hasta aquí, todo puede resultar más o menos normal, incluso ordinario, si no fuese porque, como si del mismísimo abismo de Helm se tratase, la pista estaba situada en medio de un montón de montañas abruptas y las olas no procedían del mar sino… ¡de un lago!
“... ella va caminando a través de las nubes,
con una mente errática que vaga,
mariposas y cebras, rayos de luna y cuentos de hadas,
es todo en lo que ella piensa,
cabalgando con el viento…”
Little wing – The Jimi Hendrix Experience
03 septiembre 2009
El secreto de Sligo

Cuando escuchas a la gente de por aquí mencionar la palabra Sligo, lo hacen con el ceño fruncido y casi en voz baja, e insinúan que es un lugar insignificante y extraño, como si fuese un país distinto dentro de la propia Irlanda, un sitio tan remoto y carente de interés que no merece la pena siquiera dedicarle una visita fugaz.
A mí este hecho, lejos de quitarme la ilusión de conocer más sobre el asunto, no hacía sino sobrealimentar mi curiosidad por este enclave y decidí incluirlo en el itinerario de mi viaje hacia el Ulster. Una marca lo resaltaba en el mapa como el último núcleo urbano de importancia antes de adentrarse en los yermos de Donegal y sus tierras altas; el agreste norte, en el que más de la mitad de sus pocos habitantes hablan aún el gaélico y tratan de sobrevivir en una región de montañas y páramos de turberas, donde el clima es tan adverso y la tierra tan dura que pocos son los árboles que se atreven a agarrar sus raíces en ella. Sligo es algo así como la antesala a estos parajes indómitos, casi el último nexo con la civilización si se me permite la osadía.
Hay que reseñar además que la historia reciente de Sligo está ligada íntimamente a la figura de W.B. Yeats (famoso poeta irlandés y premio Nobel de Literatura), que pasó aquí la mayor parte de su niñez y juventud y que, como el mismo admitió, este paisaje fue el que más influyó en su vida y en su escritura. La nación irlandesa, en su honra, le ha dado a esta área geográfica la denominación de ‘Tierra de Yeats’. A mi entender, este era un tema también fascinante y que agudizaba, más si cabe, el deseo de verla con mis propios ojos.
Al llegar a Sligo, no encontré una bulliciosa ciudad como yo esperaba, sino más bien, un pueblo, quizás algo desarrollado, pero que seguía manteniendo el aire de una villa: con sus edificios bajos, su escaso tráfico y su ambiente campesino; una localidad cálida, con gente amistosa y con rincones acogedores como el paseo a los lados del río que moría ofreciendo dignas vistas del puerto y la ensenada, calles tranquilas en las que perderse y tabernas en las que alimentar el cuerpo y el espíritu.
Dediqué casi un día entero en recorrer todos los alrededores, siempre con referencias a la figura de Yeats y con más que agradables sorpresas por descubrir como el exquisito panorama de la comarca y es que, las frecuentes colinas irlandesas se aplanan en este lugar para formar llanuras interminables salpicadas de montañas solitarias, entre las cuales destaca la silueta caliza de Ben Bulben que emerge de la tierra bruscamente como la aleta de un tiburón en el mar.
Anduve, de aquí para allá, disfrutando de los inmensos contrastes: desde las playas tranquilas de Rosses Point a los pintorescos pueblos de Drumcliff y Dromahair, desde las ruinas de castillos y abadías medievales a la deliciosa cascada de Glencar, para terminar con el paisaje de los lagos (loughs como se los conoce en Irlanda) de la Tierra de Yeats.
Fue también durante mi estancia en Sligo cuando observé un detalle que no me pasó desapercibido. Con cierta frecuencia, en pequeños comercios, negocios y vehículos, encontré alusiones a mi apellido en todas sus variantes locales: Gill, O’Gill, O’Gills y hasta la escocesa Mc Gills. Anteriormente y en otras partes del país, me había percatado en ocasiones de esta singularidad, pero aquí parecía extenderse de una manera más pronunciada.
Es un hecho contrastado que la sangre española corre por esta vertiente del país desde que hace cuatro siglos muchos marinos de la Armada Invencible buscaran refugio en las costas escocesas e irlandesas y terminaran mezclándose y asentando sus raíces en este país. Por consiguiente, no es una teoría descabellada, que algún navegante (y quizás antepasado mío) fuese el precursor de que el apellido castellano ‘Gil’ se multiplicase adoptando la forma anglosajona y que, lejos de extinguirse, parece ahora gozar de una salud excelente en La Tierra de Yeats; tanto es así, que incluso el lago más popular de Sligo, famoso por sus suaves colinas y sus pequeñas islas, posee el nombre de... ¿lo adivinan?...Así es,… Lough Gill.
Al llegar la noche y encontrarme en la cama vencido por el cansancio, intenté hacer un repaso mental de todos los lugares visitados y experiencias vividas durante el día, y procuré, en vano, conciliar el sueño,… pero el esfuerzo era inútil ya que me era imposible apartar de mi cabeza una extraña sensación, una especie de incertidumbre relacionada con mi apellido y mis lazos con el lugar ¿Por qué Sligo era tan importante para mí? ¿Quizás el destino me había arrastrado hasta allí por alguna misteriosa razón? ¿O tal vez sólo fuese una coincidencia?... De pronto, y con la fuerza de una descarga eléctrica que te sacude de arriba a abajo, noté…¡oh, bendito momento! como el secreto me era revelado: y es que si a la palabra Sligo le das la vuelta se convierte en…”O’Gils”.
“…Sólo soy un peregrino solitario
que camina por este mundo de abundancia,
quiero saber si es en ti en quien no confío,
porque de lo que estoy seguro es de que no confío en mí…”
Brilliant disguise – Bruce Springsteen
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